El título de este artículo surge de una frase literal, pronunciada por un consultante durante una sesión de terapia. La encontré genial, y pensé que la sola expresión merecía un poema, una canción, un libro o al menos una reflexión. La frase sintetiza perfectamente una inquietud que vengo explorando en mi práctica profesional, desde hace tiempo. Especialmente desde la muy recordada pandemia de la COVID 19.
Este fue un periodo en el que los casos de ansiedad aumentaron hasta niveles insospechados, especialmente entre los y las jóvenes, donde los efectos todavía se pueden percibir. La juventud es una etapa en la que salir, practicar deportes, compartir tiempo con amistades etc, es una prioridad y el confinamiento supuso una disrupción impactante en esta dinámica vital, obligándoles a pasar la mayor parte del tiempo en el hogar familiar. Todo ese exceso de energía juvenil acumulada necesitaba una salida; demasiada tensión transformada en ansiedad, reflejo psíquico de una presión sin válvula de escape en esa época de encierros obligatorios.
La ansiedad en casos reales
Retomando el caso citado al principio, se trata de un joven de unos treinta años cuya vida ha estado marcada por adicciones, problemas legales y afectivos, ingresos en centros de menores, detenciones, etc . Sin embargo, alrededor de los 27 años decidió dar un giro radical a su vida, con una fuerza de voluntad extraordinaria y el apoyo de acompañamiento psicológico, logró construir una vida sostenible en todos los sentidos. Un ejemplo impresionante de resiliencia.
Si nunca habéis vivido lo que implica dejar súbitamente una medicación como el alprazolam además de sustancias, espero que nunca lo sepáis. Los niveles de ansiedad, paranoia, angustia y desasosiego pueden ser simplemente insoportables. Pero, sorprendentemente, esto no fue lo más difícil para él.
Según relata, lo realmente complicado fue cuando le puso nombre a lo que sentía: ansiedad. A partir de ese momento, comenzó a verla en todas partes, lo que lo llevó a obsesionarse con el tema y achacar todos sus problemas a ella, lo que paradójicamente la aumentaba, como una especie de maldición que explicaba todo lo que le sucedía .
Después vinieron otros autodiagnósticos como el TDAH. Cada vez tenía más justificaciones para todo lo que le pasaba. Se sumergió en videos, podcasts y libros que abordaban sus problemas y las formas de superarlo, lo cual aumentó cada vez más su ansiedad en vez de calmarla. Tras haber superado situaciones de manera notable y sin apoyo de centros de rehabilitación, uno de sus principales retos era lidiar con su propia ansiedad. Esa misma ansiedad que, irónicamente, logró afrontar en circunstancias extremas con una determinación que pocas veces he presenciado en mi vida profesional.
Otro caso parecido es el de una adolescente muy angustiada cada vez que asistía al instituto, hasta el punto de dejar de ir a sus clases. Estaba obsesionada con esta palabra, y bastó con explicarle que no se trataba de algo raro, sino de una reacción completamente normal, para que comenzara a afrontarla. Le señalé que cuanto más evitara ir al instituto, más intensa sería la ansiedad, y que es normal, que a veces no nos guste asumir responsabilidades. Todo esto ayudó a que se enfrentara a la situación y, poco a poco, normalizara su rutina.
Es importante mencionar que en el instituto no enfrentaba dificultades importantes como el acoso escolar ni otras situaciones que pudieran complicar su adaptación, ni siquiera se le daban mal los estudios. Simplemente, algunas asignaturas no le resultaban interesantes, lo cual es normal. Todo se resolvió con una explicación sencilla sobre cómo funciona la dinámica de la ansiedad. Es cierto que presentaba angustias, dudas y conflictos típicos de una adolescencia, tal vez algo prolongada, pero más allá de eso no había problemas mayores. Con un poco de claridad y orientación, la situación se resolvió de manera eficaz.
Ansiedad otra etiqueta diagnóstica más.
Lo que quiero señalar con estos dos ejemplos es que el uso del término «ansiedad» está siguiendo un patrón similar al de otros conceptos psicológicos como la depresión, el TOC, el TDAH, que en los últimos años se han popularizado, sobrediagnosticado y, en algunos casos, están generando más problemas que soluciones.
Estamos asistiendo a una patologización de la vida cotidiana, donde los desafíos y dificultades propias del día a día se están etiquetando de manera excesiva con diagnósticos clínicos. Esto ha llevado a un uso inadecuado de términos que deberían reservarse para casos específicos y bien fundamentados. Esta mala práctica, a menudo, conduce a una identificación con el diagnóstico, que se refleja en una asimilación fatal con la supuesta enfermedad.
Es un error transformar experiencias vitales en trastornos clínicos y fomentar la idea de que cualquier dificultad emocional, requiere un diagnóstico por tanto, un tratamiento. La ansiedad más que un trastorno, es una respuesta adaptativa normal a un problema o una serie de situaciones que nos provocan malestar y que tiene consecuencias en nuestras vidas.
¿Cómo funciona la ansiedad?
Siempre recalco en las sesiones, a modo de mantra terapéutico, que la ansiedad tiene mala reputación pero es esencial para vivir. Lejos de ser algo intrínsecamente negativo, la ansiedad es una respuesta adaptativa fundamental, que nos permite interactuar eficazmente con nuestro entorno.
Sin una pizca de ansiedad, no podríamos enfrentarnos a desafíos cotidianos como presentarnos a un examen, cumplir con nuestras responsabilidades diarias, mantener relaciones sociales o resolver conflictos. Es una respuesta fisiológica natural, que activa nuestro sistema de alerta, ayudando a las personas a estar más preparadas y ser efectivas ante situaciones que requieren atención y esfuerzo.
No obstante, en la sociedad actual la ansiedad se ha convertido en un síntoma generalizado que dificulta la vida cotidiana. En un contexto marcado por exigencias constantes, individualismo extremo o pretensión de hipercapacitación, el no alcanzar los estándares de rendimiento que se nos imponen puede generar una presión abrumadora. La expectativa de productividad en todas las áreas de nuestra vida, nos somete a un nivel de exigencia que aunque sostenible a corto plazo, puede derivar en un estado de ansiedad generalizada.
Reconocer la realidad de este sufrimiento no implica patologizarlo automáticamente, pero tampoco minimizarlo. Es importante entender que algunas situaciones requieren apoyo, ya sea emocional, social o profesional, para encontrar maneras saludables de afrontarlas y aliviar el peso que generan en el día a día.
Es fundamental entender que la ansiedad que nos supera, no es el problema en sí mismo: es un síntoma, como la fiebre en una enfermedad. En lugar de enfocarnos únicamente en «eliminar» la ansiedad, deberíamos escuchar lo que nos está diciendo sobre nuestras condiciones de vida y nuestras necesidades.
Dicho esto, tampoco quiero caer en la banalización del sufrimiento. Hay situaciones verdaderamente difíciles, que generan ansiedad y nos hacen sufrir de forma real. Todo el mundo ha pasado por momentos así: enfermedades, separaciones, conflictos personales, problemas laborales, etc. Las circunstancias que pueden desencadenar este malestar son innumerables y su impacto es profundo.
La ansiedad que surge en estos contextos puede manifestarse de muchas formas: inquietud, pensamientos obsesivos, dificultad para respirar o tensión constante entre otros síntomas. Este malestar es legítimo y, en ocasiones, resulta necesario buscar soluciones concretas para hacerlo más llevadero y poder recuperar una cierta calidad de vida.
En algunos casos, la sintomatología de la ansiedad puede descontrolarse y evolucionar hacia un trastorno de ansiedad generalizada. Según el DSM-5 este trastorno se caracteriza por una dificultad significativa para gestionar la vida cotidiana debido a preocupaciones constantes e incontrolables. Ante estas situaciones se debe buscar ayuda profesional y si es necesario, recurrir a psicofármacos (con supervisión médica) u otras herramientas terapéuticas que puedan aliviar el sufrimiento y restablecer un equilibrio funcional.
¿Cómo afrontarla?
El tratamiento efectivo de la ansiedad no se limita a suprimir, sino que debe incluir un enfoque integral que ayude a la persona a comprender, manejar y transformar aquello que está contribuyendo a su aparición.
Según mi experiencia profesional, hay dos caminos principales para superar la sintomatología ansiosa. El primero es comprender en profundidad las raíces de tus malestares, identificar qué los provoca y cómo se han desarrollado. El segundo, y no menos importante, es afrontar esas dificultades directamente. Aunque el miedo te haga sentir que no podrás superarlo, con frecuencia descubrirás que no solo es posible salir adelante, sino que puedes fortalecerte en el proceso, puedes salir de la experiencia con más confianza y recursos para manejar futuros desafíos.
La clave no está en eliminar la ansiedad, sino en aprender a gestionarla y a identificar cuándo deja de ser útil para convertirse en un obstáculo. La ansiedad, profundamente vinculada con la emoción del miedo, ha desempeñado un papel crucial en nuestra evolución: nos alertaba sobre peligros reales y nos preparaba para actuar frente a ellos, asegurando nuestra supervivencia. Hoy en día, su función es similar, ya que nos señala que algo no está bien y que debemos responder a una amenaza, sea real o imaginada. Por eso, es fundamental despatologizar la ansiedad en su justa medida y aprovecharla como una herramienta adaptativa que puede ayudarnos a enfrentar la vida de manera más efectiva.

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