¿Y si te toca la pandemia en plena adolescencia? Parte 1

por | Oct 19, 2020 | covid 19, psicología, salud mental | 3 Comentarios

¿Y si te toca  la pandemia en plena adolescencia?  Parte 1

Atendiendo al criterio de edad, hay dos sectores a los que especialmente prestar atención por las consecuencias derivadas de la pandemia del Covid 19: adolescentes y personas mayores. Hoy vamos a hablar de los primeros. Lo ocurrido ya lo conocemos de sobra: confinamiento, limitación de movimientos, son obligados a vivir alejados de sus amistades, restringidos en los horarios,  sin poder ver a sus primeros amores y además encadenados a sus padres, ¡una auténtica tortura!. Se les dice que no pueden juntarse en las plazas a reírse tontamente del mundo, que es un peligro demostrar afectividad, abrazarse, no pueden ¡ni bailar!.  Al menos tienen internet para estar conectados todo el día. Si para todo el mundo están siendo difíciles la consecuencias derivadas de la pandemia, creo que para la adolescencia, incertidumbre y limitaciones, puede ser especialmente complicadas de asumir.

Etapas en la adolescencia

En primer lugar es preciso acercarnos a las dinámicas habituales que se dan en esta etapa de la vida, para ello es importante distinguir entre pubertad y adolescencia. La pubertad hace referencia a una serie de cambios físicos que se producen en la etapa de transición de la niñez a la adultez. Dependiendo del desarrollo madurativo, puede manifestarse entre los 8 y 13 años en niñas, y en niños entre 9 y 15 años. Es una etapa en la que  se producen cambios significativos en el cuerpo y que suele ir acompañada (entre otros aspectos), de una fuerte intensidad emocional. 

En cuanto al término  adolescencia se entiende el ciclo de desarrollo psicológico, social y sexual, que va de la niñez a la adultez. Es decir, no se refiere a los cambios físicos únicamente, hablamos de comportamientos, estados mentales, actitudes, etc. En ella se suelen distinguir tres ciclos diferenciados: temprana o preadolescencia (entre los 10 y 13 años), media (entre 14 y 17) y tardía (entre 18 y 21). Pero la adolescencia no obedece necesariamente a un periodo concreto del desarrollo vital, en algunos casos, esta etapa puede  adelantarse o prolongarse durante años, con diferentes consecuencias.

Por un lado, a menudo se adelanta la entrada en la etapa adolescente. En una sociedad en la que se llega a hipersexualizar a la infancia, podemos encontrar niñas que desde muy pequeñas, son vestidas y pintadas adoptando pose y gestualidad de mujeres, que empezarán a lidiar con situaciones ante las que no están preparadas madurativamente. También se  observa a menudo a niños que, siguiendo los patrones de sus referentes adultos como futbolistas o protagonistas de videojuegos, tienden a reproducir actitudes, posturas y vocabulario,  de personas adultas.   

Por otro lado, encontramos a personas jóvenes que se niegan a hacerse adultas y que viven la vida “sin asumir” las responsabilidades que conlleva hacerse “personas mayores”. Entregadas al consumo caprichoso y a la satisfacción constante, a la que la adolescencia es especialmente vulnerable; su pretensión pasa por construirse  un modo de vida, donde la incitación a la acción constante, al “Just do it”, etc, es en sí mismo un fin. Como resultado tenemos un fenómeno cada vez más habitual; la “adultescencia”.

Además, se da una curiosa paradoja con la adolescencia. Por un lado los adultos tienden a  estigmatizarla, y por otro también se la idealiza. Se la estigmatiza; tiene mala prensa, se dice que se quejan de todo, que solo piensan en ellos y sus amistades, que son rebeldes y contestones, que están enfadados con el mundo. Se puede hacer un pequeño experimento: googleen la frase “la  adolescencia es …” y pueden comprobar que la mayoría de resultados son negativos: “una enfermedad que se cura con la edad, una etapa difícil, la peor etapa…”.  Se puede decir que en torno a la adolescencia hay construido todo un discurso negativo, promovido por una visión adultocentrista de la realidad, que no se preocupa demasiado por entender los procesos vitales fuera de la realidad adulta.  

Sin embargo, es una etapa idealizada en dos sentidos. En primer lugar, el cuerpo adolescente es un ideal a seguir, “se vende” para las personas adultas una imagen de cuerpos eternamente jóvenes y atractivos; sin vellos, ni arrugas y que son objetos eternos de deseo.  Pero también se idealiza el “espíritu” bastante manipulado de la adolescencia: una especie de utopía a seguir, donde no asumir responsabilidades y divertirse constantemente se convierte en el fin último de la vida. Una prolongación infinita de una etapa, que a veces las personas adultas nos negamos a abandonar del todo. 

Surgen ahora una serie de preguntas: ¿Por qué los y las adolescentes creen tener el mundo en su contra? ¿Por qué parecen eternamente enfadados? ¿Quizás tengan razones para estarlo?  

Los tres duelos de la adolescencia

El proceso de duelo es fundamental para el desarrollo “sano” de la personalidad. Ante una pérdida (un fallecimiento, una separación, un cambio significativo en un ciclo vital), necesitamos pasar por una serie de etapas para curar las heridas y no quedar atrapadas, en la añoranza de que cualquier tiempo pasado fue mejor. En la adolescencia hay pérdidas, hay cambios significativos, por lo tanto, hay duelos que transitar. Por eso es necesario entender, respetar y acompañar  las diferentes fases del duelo según el modelo de  Elisabeth Küber-Ross  (negación, ira, depresión, negociación y aceptación).

Para la psicóloga Arminda Aberasturi, la adolescencia “normal”, pasa por la transición de tres duelos fundamentales: por los padres de la infancia, por el cuerpo infantil  y por el rol de niño o niña. Cada una de estas transiciones tiene efectos en los y las  adolescentes, que nos pueden ayudar a entender mejor el porqué de su reacciones, comportamientos y estares en el mundo.  

En el caso del duelo por la pérdida de padres y madres idealizadas, dejar atrás la infancia supone en primer lugar, perder la imagen de padres y madres omnipresentes y todopoderosos, abandonar la seguridad de que siempre va a haber alguien que te saque las castañas del fuego. En definitiva, aceptar las limitaciones, los fallos y el envejecimiento de los padres. Se están preparando para “abandonar el nido”, es decir, para la entrada en la vida adulta. Los progenitores pasan de ser la referencia principal que emana seguridad, confort, entretenimiento y conocimiento del mundo; a ser auténticos corta rollos, que solo quieren fastidiar y se inmiscuyen en sus planes. Ahora sus referentes son su grupo de iguales: amistades y amoríos suponen la diversión, el apoyo emocional y el acceso a la información que necesitan; están poco a poco aprendiendo a vivir en sociedad.

Sé de antemano que la mayoría no lo van a reconocer, pero también hay un duelo en el adulto cuando llega la adolescencia. Muchas veces padres y madres son incapaces de entender estos cambios. A menudo son las personas adultas  las que no quieren ver que “sus adorables niños y niñas”, se hacen poco a poco personas adultas y se les escapa algo del control que tenían sobre “sus pequeños”. En definitiva, se trata de admitir que poco a poco no eres tan necesario, que te haces mayor, y todo esto puede interferir en las relaciones con sus hijos e hijas, como por ejemplo cuando se infantiliza a los jóvenes no poniendo límites a su comportamiento.

Por otra parte los y las adolescentes sufren el duelo por la pérdida del cuerpo infantil. Algunos cambios son bruscos y visibles: crece el vello, tropiezan con todo, salen granos, dan el estirón, aumentan genitales y pechos, etc. También no visibles: revuelta hormonal,  primeras menstruaciones, exploran la sexualidad, empiezan a experimentar con el alcohol y las drogas, etc. No es fácil, muchas veces sufren cambios que no entienden y, además  la visión del cuerpo es distorsionada por el acceso a la pornografía, a las redes sociales, a los medios de comunicación de masas, por  la publicidad. El cuerpo “inocente” de niño o niña ya no les vale; es un pequeño trauma encubierto, no saben cómo hacer con el nuevo envoltorio.

Además es importante entender las profundas diferencias que se dan en este ciclo respecto a la cuestión del género y los cambios corporales. Se vive de manera totalmente diferente, con unas problemáticas distintas, si la adolescencia te pilla siendo: chico o chica. Más compleja aún es la situación si tu orientación sexual o tu identidad de género, es no mayoritaria: homosexualidad, bisexualidad, transexualidad… Aquí todo el juego de rechazos y presiones se multiplica enormemente, en una etapa que es fundamental para el desarrollo psicoafectivo. 

En el caso de las chicas, el tránsito va de la candidez e inocencia de ser niñas a ser mujeres. Se une el incipiente despertar sexual, lleno de dudas y misterios, a la sexualización del mundo adulto. Miradas y comentarios sobre su cuerpo, las convierte desde muy jóvenes en objeto de deseo y no solo con sus iguales, también para hombres adultos. Son “teens”.  Además, en caso de no entrar en los cánones de belleza establecidos, por ser “gorda” o “fea”, vas posiblemente a sufrir el rechazo y bullying.

A los chicos que no son todavía hombres, pero tampoco niños; que tienen una masculinidad precaria, pero pujante, a menudo se les ridiculiza. Se les llama despectivamente “niñatos”, se hace mofa de su aspecto (bigotillo, espinillas, outfit), de su descoordinada torpeza, del típico malhumor constante. Aunque tienen una incipiente sexualidad, se la pone en cuestión: no es lo suficientemente masculina como para ser viril, ni lo bastante infantil como para ser obviada. Todo esto aumenta la frustración y la sensación de tener el mundo en contra, viven en un cuerpo y en un mundo que aún les es ajeno.

Por último, el duelo por el rol infantil, supone perder los “privilegios” de la infancia y asumir las responsabilidades adultas. La inclusión en el mundo de las personas mayores a veces es dura, significa perder el juego despreocupado y asumir responsabilidades, suele ser frustrante y conlleva no pocos desengaños. Deben empezar a hacerse responsables de sí mismos, poco a poco se les obliga a hacerse cargo de sus vidas, el día a día ya no es un juego, toca elegir y hacerse cargo de los errores.

  (Continuará…)

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