Soledad: la pandemia del Siglo XXI
Soledad. La pandemia del S XXI
“Toda demanda es demanda de amor” J. Lacan
“Me siento sola”, “estoy rodeado de gente pero nadie me escucha”, “encadeno relaciones que no me convienen”. Estas y otras expresiones están a la orden del día y las podemos escuchar tanto en sesiones clínicas como en la cotidianeidad de una conversación con cierto grado de intimidad. El sentimiento de soledad, que puede ser tan real como subjetivo, se vive en la actualidad con una intensidad extrema y a veces solapa el resto de emociones. Dicho sentimiento puede traer consigo problemas tanto psicológicos (depresión y ansiedad) como físicos, ya que aumenta el riesgo de padecer enfermedades.
La soledad, empieza a preocupar a autoridades de algunos países occidentales; la Primera Ministra del Reino Unido en 2018 Teresa May, puso en funcionamiento el conocido popularmente como “Ministerio de la soledad”, que proponía una serie de medidas para tratar de paliar esta auténtica plaga que se cierne en el país británico, especialmente entre la gente más mayor. En los países escandinavos, paradigma de radicalismo individualista, el tema también está siendo problematizado, como puede verse en el documental la teoría sueca del amor. En estos países la soledad llega a ser tan extrema, que es habitual organizar batidas para encontrar a gente que muere en soledad y no es reclamada por nadie.
Mientras tanto, a la soledad le ha salido un aliado; el COVID-19. Y con él, confinamientos, brotes, rebrotes y desescaladas que nos obligan a limitar nuestra sociabilidad. La sensación de aislamiento se dispara, pese a que contemos con múltiples opciones de contacto virtual. El resultado es más que sabido; los cuerpos no se encuentran, la distancia es mayor y toca afrontar más soledad.
Hay que decir que no es un concepto del todo homogéneo, puesto que se puede llegar a hablar de hasta ¡cinco tipos de soledades diferentes!, aunque lo más habitual en psicología es hablar de tres. En primer lugar, la filosófica o existencial, que hace referencia al vacío del ser cuando se piensa como finito y mortal. Por otro lado, se conoce como soledad social a la falta de relaciones, aislamiento personal o la incapacidad para tener redes de contactos. Y por último, la emocional que está relacionada con la sensación que se vive ante situaciones como una separación, un fallecimiento o un conflicto personal.
Pero más allá de la cuestión dialéctica, desde el punto de vista psicológico queremos centrarnos en la sensación subjetiva de soledad, que puede ir relacionada con la soledad social, pero no necesariamente. Es decir, hablamos del sentimiento profundo de no tener nadie en quien confiar, alguien que nos preste atención, que nos escuche; en definitiva: que nos quiera.
Es un problema especialmente preocupante en la gente mayor, pero no exclusivo de ellas. En las sesiones clínicas cada vez más adolescentes y gente joven se quejan de sentirse solas, de no encontrar a nadie que les entienda. A veces la razón es no encajar con su grupo de iguales, otras la insatisfacción de las relaciones que mantienen, en ocasiones la incapacidad de relacionarse con normalidad y otras tantas la sensación de acoso o señalamiento al no coincidir con los patrones estéticos o sexuales mayoritarios. Las consecuencias pueden ser en algunos casos devastadoras: adicciones, alarmante subida de casos de suicidios, depresión, etc.
Se da la paradoja de que esta sensación de soledad coincide con un momento en el que, gracias a las tecnologías, tenemos la posibilidad de vivir más conectados que nunca. Las redes sociales y las tecnologías de la comunicación nos permiten que a golpe de click, podamos hablar con gente de casi todo el mundo, conectarnos con antiguos compañeros, encontrar pareja, hablar con la familia que vive en otros países… Las posibilidades de conexión son casi infinitas, aun así el sentimiento de soledad es muchas veces devastador.
Siempre he defendido que los malestares psicológicos, están directamente vinculados con las problemáticas del mundo que nos ha tocado vivir. Queramos o no, interiorizamos los mandatos sociales y nos constituimos en base a ellos. Por eso, es importante tratar de entender los mecanismos que puedan estar llevándonos a estas vivencias tan generalizadas. Pueden ser muchas las razones, aunque nos vamos a centrar en cuatro de ellas: el individualismo, la aceleración, la liquidez y la virtualidad.
En la actualidad existe un reclamo constante en la práctica del individualismo extremo. El bombardeo de mensajes a veces sutiles (se tú mismo) y otras veces explícitos (practica el yoismo). Desde la publicidad hasta los libros de crecimiento personal, pasando por los espacios de debates, programas de celebrities y deportivos. Los mensajes que exaltan el individualismo copan los diferentes medios online o tradicionales.
También hay toda una avalancha de películas, series, documentales y videojuegos que ensalzan la figura del héroe solitario o el “self made man”, proyectado una imagen de un “yo” autosuficiente y desconectado y generando así una auténtica ideología narcisista. Dicho fenómeno exacerba la sensación de que todo pasa por la realidad de mi propio filtro.
Para entender mejor todo esto es interesante fijarse en el auge actual de los coachers, auténticos gurús del individualismo que hablan de autosuperación, de que el éxito depende de uno mismo, de que puedes conseguir todo lo que te propongas. Pero no es así, muchas veces estamos limitados por nuestras vivencias personales, por nuestra situación económica y ahora nada más y nada menos que: ¡Por una pandemia mundial!.
Es lógico pensar que con tanta invocación a “mirarse a uno mismo”, estamos convirtiéndonos en una sociedad de individuos ensimismados en satisfacer nuestras necesidades particulares, una pléyade de personas desconectadas las unas de las otras. De esta forma, ¡cómo no vamos a sentirnos solos!, si se nos está programando para mirarnos el ombligo constantemente. Es fácil que no quede tiempo para ocuparnos de las buenas relaciones con los demás. La sensación de vacío está más que servida, no hay más que mirar hacia adentro constantemente para sentirse lejos de las otras.
Ante esta auténtica pandemia de soledad, desde el punto de vista de la intervención psicológica, debe ser un profesional capacitado y con experiencia clínica quien que te ayude en dos direcciones. Por un lado, se trataría de analizar en profundidad cómo funcionan tus relaciones, cuáles son tus carencias y cómo afrontarlas, entender qué tipos de relaciones estableces, por qué algunas te enganchas a relaciones que son tóxicas y otras veces te inhibes ante vínculos que sí te convienen, si lo que tienes es un problema de habilidades sociales o simplemente es que hay que aprender a vivir más despacio. En definitiva, no es tanto huir de la soledad como entender bien tu dinámica relacional y actuar con responsabilidad ante eso.
Por otro lado, cambiar la mirada tratando de dejar de observarse tanto y ser capaz de observar otras realidades; salir del ensimismamiento, del solipsismo que tanto daño provoca. Nada de libros de autoayuda o de crecimiento personal, que son trampas que hurgan en tu propio vacío, lo hacen deseable y “cool”. Somos seres sociales, no vivimos aislados, necesitamos del apoyo mutuo y la compañía para existir. La terapia también consiste en ser capaz de restaurar la preocupación por los otros, de hacer algo por la gente que te rodea.
Otra de las razones que puede influir en esta sensación de vacío tiene que ver con la aceleración de la vida actual. Una queja muy unida a la de la soledad es “no tengo tiempo para nada”. Hoy se vive a toda velocidad, la rapidez y la aceleración se nos impone como parte del estilo de vida actual. Vivimos estresados, agotados, con una exigencia extrema de ser productivos.
La falta de disposición de tiempo impide establecer relaciones profundas y aunque estemos rodeados de gente, a menudo nos seguimos sintiendo solos e incomprendidos. La acción está por delante de la escucha, la actividad por delante de las relaciones. Es algo que se observa cada vez más, incluso en las relaciones amorosas; la queja de no tener tiempo ni para el sexo ni para propiciar momentos de intimidad tranquila o para conversar. Todo se hace corriendo. Soledad pero en pareja.
Puede darse la paradoja de que quizás estemos demasiado acompañados y que incluso a veces tengamos demasiados planes y esto agota; trabajos, gimnasio, cenas con amigos, barbacoas, escapadas a sitios con encanto, formación continuada, actividades sociales o voluntariado; y si tienes hijos, esto se multiplica enormemente.
Con tanta actividad charlar tranquilamente se ha convertido en una quimera y disponer de tiempo calmado para la escucha, una heroicidad. A menudo rodeados de gente, pero sin escucharnos, todo el mundo habla: “yo, yo yo”, de “mis” sentimientos, de “mis” intereses, de “mis” problemas…,cómo si la persona que estuviera al lado no existiera. Cuántas reuniones familiares, quedadas de amigos y todos hablan pisándose, compitiendo por la palabra, autoreferenciándose constantemente.
Desde el punto de vista de la intervención psicológica hay que tratar de parar y preguntarse: ¿No será que el ajetreado estilo de vida actual provoca que no tengamos tiempo de cuidar nuestras relaciones? ¿Quizás sea interesante la soledad buscada? ¿Tal vez hay que aprender a estar en soledad? ¿No será que si me paro me acechan pensamientos que me hacen sufrir?.
Pero quizás en lo referente a la soledad, las mayores quejas nos las encontramos respecto a las relaciones amorosas: fracasos sucesivos, desengaños, rupturas traumáticas,etc, están a la orden del día y generan no pocos malestares. Y es que lo que el sociólogo polaco Zygmunt Bauman denominó amor líquido, está condicionando enormemente las relaciones actuales, hasta llevarnos a la insatisfacción constante.
La mercantilización generalizada de la vida actual hace que hoy todo se mida en en términos de costes-beneficios, y los vínculos sexo/afectivos contemporáneos no escapan a esa lógica. Esto provoca muchas veces el encadenamiento de sucesivas relaciones íntimas muy intensas, con pretensión de estabilidad; pero finalmente la liquidez amorosa se abre paso. Un vaivén emocional que conlleva a la larga frustración, inestabilidad afectiva y sensación de soledad.
El proceso de enamoramiento, el reconocimiento de la otra persona, están en función de la satisfacción de “mis” intereses personales, de “mi” proyecto personal. Es muy difícil que se hable de lo que realmente se admira o valora de la otra persona sin autorreferencialidad, la norma a la hora de valorar la pareja es uno mismo. Consecuencias: volatilidad, falta de cuidados y escasa empatía. Dada la liquidez y el individualismo en las relaciones actuales, parece que lo revolucionario es tener pareja y que vaya bien. Esta es la aspiración que reconoce tener la mayoría de la gente que acude a terapia, pero es absolutamente incompatible con mirarse al ombligo de la autosatisfacción constante.
Desde el punto de vista clínico, hay que tener en cuenta que un proyecto de pareja tiene tres cuerpos y todos deben ser atendidos por igual: el propio, el de tu partenaire y el común. Sin la revisión constante de este compromiso de cuidados a tres bandas, de los acuerdos subsiguientes, no merece la pena seguir adelante, mejor buscar otros modelos de relación o cancelarla.
Por otra parte, es muy importante valorar el amor fuera de la pareja sentimental, se trata de superar el mito del amor romántico. Es necesario apostar por la plenitud sentimental que te puede ofrecer la compañía de amistades íntimas y profundas, del amor compañero o del apoyo mutuo vecinal… Profundizar en otras formas de amor que no pasan necesariamente por la estabilidad de pareja, pero que pueden llegar a ser igualmente cómplices, placenteras y satisfactorias.
Por último, la virtualidad en las relaciones o la dictadura del “like” es otra de las razones que nos pueden estar llevando a que se acreciente la sensación de soledad. En seguida surge la pregunta: ¿Cómo es posible que en estos momentos de más conexión que nunca, esta sensación de soledad esté tan generalizada?. Como dice el filósofo Byung-Chu Han quizás sea que “la hipercomunicación actual sólo establece contactos. Elimina la distancia, pero al mismo tiempo destruye la cercanía y la amistad”
Dolores Reig, directora de la página didáctica multimedia El Caparazón, en su libro Socionomía, nos cuenta que las reacciones neuroquímicas que se producen en el cerebro cuando se establecen interacciones virtuales, son muy similares a las de la realidad. Esto quiere decir que la sensación de tener muchos amigos en la red, es muy intensa porque puede parecer que hay mucha gente pendiente de ti y eso da subidón. Sin embargo, cuando las cosas no van bien, cuando te encuentras frágil, quienes te siguen en redes jamás suplirán la cercanía de las relaciones reales. La ilusión de tener muchas amistades en la red es tan inestable que, a la vez de creerte que tienes followers, match o menciones, te puedes encontrar haters, trolls o acosadores.
Internet y las redes sociales, bien usadas, son una verdadera mina de oro. Pero jamás podrán sustituir la profundidad del encuentro real. Propongo espacios pactados de desconexión en la pareja, entre amistades, en familia,etc. Es necesaria la desintoxicación momentánea de las redes para mejorar los vínculos con la gente que tenemos alrededor. Por otra parte, hay que hacer pedagogía del uso en redes, dirigida a gente joven, adolescencia y personas adultas.
El buen uso de las nuevas tecnologías debería formar parte del currículum escolar como algo fundamental; fomentar una especie de ecología tecnológica. Crear espacios específicos donde fomentar el uso equilibrado de los medios tecnológicos, donde se aprendiera que los likes, matches, etc, son solo una distracción, un pasatiempo, una manera de divertirse, que no obedece a la realidad de lo que estamos viviendo. Como entretenimiento es fantástico, pero jamás servirá como vara de medir la realidad. Quizás haya que repetir una y otra vez que “lo virtual rara vez se convierte en realidad”.
En definitiva, cuando nos sentimos en soledad lo primero que debemos preguntarnos es ¿De qué me siento solo o sola?. Respuestas pueden ser muchas: de una pareja, de amistades, de tener muchos seguidores, de que me hagan caso, de mi mismo… Hay que dejar de mirarse tanto hacia adentro, de darse menos importancia y tratar de construir relaciones más equilibradas y productivas con la gente que tengo alrededor, con la sociedad en la que habito y con el mundo en el que vivimos.