Lo llaman depresión y no lo es (1ªparte)

por | Abr 20, 2021 | covid 19, psicología, salud mental | 1 Comentario

 

Lo llaman depresión y no lo es. (1ª Parte)

 

“La verdadera salud mental implica de un modo u otro la disolución del “ego” normal”. 

(Deleuze y Guattari)

 

Hace ya más de un año del comienzo de la pandemia del Covid 19. Un año difícil, quizás de los más complicados que recordamos. Se entiende la angustia sufrida tras meses de confinamientos, enfermedades, cierre de negocios, fallecimientos, secuelas físicas, desempleo, etc. Y la incertidumbre  sigue. Los ánimos están por los suelos y la ansiedad por las nubes, y todo ello  deriva en multitud de malestares de índole psicológico. Es normal que con todo lo que está pasando nos sintamos tristes y agobiadas. Son muchas las vivencias negativas, las incertidumbres soportadas y las que aún quedan por venir. 

En diversos medios de comunicación, más o menos cercanos al mundo de la psicología  (periódicos, blog, revistas especializadas,etc) se hacen comentarios acerca de la devastadora ola de problemas relacionados con la salud mental, derivada de tantos meses complicados. Y así está siendo, especialmente para las personas que ya venían padeciendo  dificultades como trastornos mentales, depresiones o adicciones. 

En este momento, creo que los y las profesionales de la salud mental debemos ser especialmente prudentes, tratar de no generar alarmismo y complicar las cosas aún más; aportar serenidad y cosas útiles para sobrellevar la situación. Muchas veces se está hablando de depresión y otros trastornos con demasiada ligereza. No es infrecuente  que a la tristeza o la angustia se le esté dando el estatus de trastorno psicológico, con inquietantes consecuencias. Es lo que se llama patologización de la vida cotidiana. Corremos el riesgo por lo tanto, de fomentar la iatrogenia, que hace referencia a cuando los propios terapeutas, son el problema, llegando incluso a generar patologías que no existen. 

El trastorno por depresión es uno de los “supuestos diagnósticos” más generalizados en esta pandemia y en general, del mundo en que vivimos. Usar con mayor precisión el término, nos puede ayudar a entender mejor este angustioso estado y así enfrentar con más criterio las adversidades. 

Según he podido comprobar en las sesiones clínicas a lo largo de este año, no es la depresión lo que mayoritariamente se está dando en la pandemia. Es más bien la ansiedad la que campa a sus anchas entre jóvenes y personas adultas y es lógico. Asistimos a una amenaza ostensible y sin precedentes en nuestra época, pero real. Tan real pese a ser invisible,  que lleva dejando una oleada de muerte, enfermedad y ruina económica .  

La ansiedad es un síntoma físico (falta el aire, agotamiento, inquietud…), pero de origen psicológico: indica que algo no va bien, es el equivalente al miedo pero sin objeto. En este estado no puedes entender exactamente  las razones del intenso malestar que pasa por tu cuerpo, hasta el punto de llegar a veces a creer que te vas a morir y convertirse en un ataque de pánico.  Es a través de la psicoterapia como puedes llegar a entender de dónde viene tanta angustia y hacerte cargo de ella, darle una solución.   

¿Qué es depresión?

La depresión es un trastorno psicológico que puede manifestarse de formas diversas y cuya sintomatología más habitual se manifiesta a través de bajo estado de ánimo, irritación continuada, descontrol en el ciclo de sueño/vigilia, desregulación del apetito, cansancio, falta de energía, sentimientos de inutilidad, baja autoestima y culpa. Al tratarse de una alteración clínica del ámbito de la salud mental, deben ser profesionales acreditadas y con experiencia, las que en base a criterios científicos pero también éticos, se encarguen del diagnóstico e intervención ante la posible manifestación de la misma.  

Como toda actividad humana (comportamiento o pensamiento), los estados depresivos también tienen su correlato a nivel neuronal; una bajada significativa de serotonina. Esta molécula se dispara cuando se consumen drogas como la cocaína o se practican actividades placenteras, como el sexo. No es que el escaso nivel de este neurotransmisor sea la causa directa de la depresión, lo cual se inscribiría en el mito del cerebro creador de las enfermedades psíquicas. Pero sí parece demostrado que, para hablar de estados depresivos es necesario que se den una disminución de esta partícula.

No voy a entrar en el debate de las causas genéticas de la depresión. No me interesa. Es excesivamente biomédico y da una visión despotenciadora a la par que antiterapeútica. La asunción de la carga hereditaria (no demostrada) de este y otros trastornos, nos lleva a una especie de “inevitabilidad”. Una maldición que se cierne sobre las personas que la padecen, un “pecado original” o  “tara” de origen familiar, ante la cual solo cabe la resignación.  

Por otro lado, la epigenética lleva años estudiando la relación que hay entre material genético e influencia del medio. Esto está dando un importante vuelco a la comprensión de los malestares personales, pero “misteriosamente” está forma de entender la interacción medio/individuo, está siendo obviada por gran parte de la comunidad de las disciplinas “psi”, más interesadas en etiquetar y diagnosticar que en entender la dinámica “real” de los problemas. Éstas siguen hablando de manera imprecisa y poco prudente del origen genético de las enfermedades psíquicas, sin especificar de qué forma y qué rasgos “hereditarios” son los que se transmiten.

Banalización del malestar

En pocos años, la psicología ha pasado de ser una disciplina circunscrita al ámbito académico a convertirse en una especie de pseudociencia pop, cargada de estereotipos y de la que todo el mundo tiene algo que decir.  El uso incorrecto y la banalización de los términos psicológicos, son en gran parte responsabilidad de una industria de la autoayuda y el desarrollo personal, más empeñada en vender productos “pseudopsicológicos” de fácil digestión y fundamentalmente individualistas, que de una vocación realmente pedagógica o educativa. No se profundiza en asuntos que requieren una mirada compleja. En definitiva una versión fast food de la psicología, lo que el sociólogo George Ritzer denomina Macdonalización de la sociedad.  

Palabras como estrés, ansiedad o histeria han pasado a formar parte del vocabulario habitual, a veces con poca precisión y mucha frivolidad. Y no es que los términos deban ser restringidos únicamente a una casta de expertos que ostentan el “saber”. La democratización del conocimiento es un avance y hoy tenemos, gracias a internet, acceso a una información que da enormes posibilidades formativas y educativas. Pero la trivialización de ciertos términos del ámbito de la “psicopatología” fuera del contexto clínico, a la larga puede ser problemática y convertirse en una realidad para la persona que lo expresa. 

Hay veces que una expresión mil veces repetida, puede llegar a ser interiorizada y convertirse en una realidad dialéctica, sin ser consciente de ello. Esta práctica puede llegar a ser una forma de relación con los otros. De ahí a la identificación con el trastorno hay poco recorrido, pasando del “estoy depresivo” al “soy depresivo” y asumiendo por tanto de manera innecesaria una dificultad que podría tener solución; algo así como una “autopatologización”. 

Pongamos un ejemplo: “hoy estoy con la depre” es una expresión muy habitual y todas las personas lo hemos dicho alguna vez. No es que sea malo en sí, es una expresión popular sin más y se entiende como tal. Pero al igual que a nadie se le ocurriría decir con tanta facilidad “tengo un cáncer”, hay que tener mucho cuidado con el uso de las palabras y es importante tratar de concretar al máximo cómo nos sentimos. Poner nombre y clarificar los sentimientos, es la puerta de entrada para superar las dificultades. Aunque parezca obvio, es muy importante diferenciar la depresión de un estado de ánimo bajo. Precisar a la hora de expresar sentimientos nos puede ayudar a afrontarlos. 

Por todo ello, queremos empezar por diferenciar las diversas afecciones anímicas que nos pueden asaltar en nuestro día a día. Dependiendo de la orientación teórica o del enfoque terapéutico profesional, éstas pueden entenderse de manera diferente. Mi propuesta pasa por aprender a distinguir afecciones que siendo diferentes, pueden estar relacionadas: estar tristes, pasar un duelo, sufrir melancolía, tener nostalgia o padecer desilusión.  

Estar tristes hace referencia a una emoción provocada por algún evento, propio o ajeno, que tiene como consecuencia un estado de ánimo pasajero y una disminución de nuestra capacidad de actuar. La nostalgia suele hacer referencia a momentos o recuerdos idealizados de un pasado añorado. El duelo es la reacción directa a una pérdida y tiene sus fases. La melancolía haría referencia a una sensación de tristeza permanente, pero se distingue de la depresión en que no es necesariamente incapacitante, sería más bien un rasgo de personalidad. La desilusión ocurre cuando se ha puesto la expectativa en algo que finalmente no sucedió y se puede parecer a la frustración, que es la incapacidad de asumir que las cosas no son como nos gustarían. 

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