Lo llaman depresión y no lo es (2ª parte)

por | May 3, 2021 | covid 19, psicología, salud mental | 0 Comentarios

Lo llaman depresión y no lo es (2ªparte)

Depresión invisible 

Una de las características más habituales en el llamado  “trastorno de depresión mayor” es la abulia, que se puede entender como la falta de capacidad o motivación para tomar decisiones, tener muy baja  energía para todo, desconexión del “bienestar”, etc. Estos síntomas pueden  provocar la invisibilización de las personas deprimidas, ya que es habitual que desaparezcan de los espacios de socialización y  es algo que se vive en la intimidad personal y familiar. 

 

Otra forma de ocultamiento, especialmente en situaciones de cronicidad, es el encubrimiento de la depresión por otro tipo de trastornos, como en el caso de las adicciones. De hecho, creo que es una de las bases en el caso del alcoholismo. En la ingesta de alcohol problemática algunas veces hay un trasfondo depresivo que está siendo velado, una huida de lo que no se puede soportar y que emerge cuando se produce la abstinencia. El caso de consumo de cocaína es similar. Ésta, actúa a veces como un antidepresivo de acción corta e inmediata, y cuando cesa el consumo reaparece la realidad de la que se ha estado huyendo y vuelta a comenzar, de ahí la capacidad adictiva de esta sustancia. 

 

Puede pasar algo parecido con las llamadas adiciones comportamentales (sexo online, internet, apuestas online, videojuegos). El problema no es cuando se está consumiendo, jugando o realizando el comportamiento concreto; es la abstinencia o el abandono del mal hábito lo que provoca el retorno de los malestares reprimidos. 

 

Malas praxis.

En lo referente a la depresión, pero también extendiendo esta reflexión a otras psicopatologías, hay una serie de malas praxis que pueden estar dificultando la ya de por sí complicada situación en salud mental. En concreto vamos a hablar de sobrediagnóstico,  medicalización y pseudoterapias.

 

Hablamos de  medicalización para referirnos a la prescripción desproporcionada de psicofármacos, ante la irrupción de cualquier tipo de malestar personal. Cada vez es más común que una situación de padecimiento emocional derive en una corta charla con el médico de cabecera de turno y esta acabe con la prescripción de un ansiolítico. De ahí, la ruta habitual es la derivación a salud mental y en seguida antidepresivos, cuando no antiepilépticos o incluso antipsicóticos.

 

En realidad estas prácticas son como analgésicos ante los problemas, no curan nada, sólo hacen que la realidad no duela demasiado. De esta manera, se trata de dar una solución inmediata y desproporcionada a algo que requiere tiempo de elaboración o en su caso, una intervención psicoterapéutica. Esto invalida de entrada recursos personales muy valiosos y provoca directamente intolerancia a la frustración y perpetuación del malestar. 

 

Y es que los psicofármacos funcionan, y muy bien, son potentes drogas legales, fáciles de adquirir y con alto grado de potencial adictivo, con lo cual el uso de las mismas debería ser muy ajustado y solo cuando realmente se requiera. Eventos dolorosos como el fallecimiento de un ser querido, una separación o determinados  conflictos personales provocan pesar y es  necesario vivirlos para sanar. Las heridas tienen que cicatrizar, hay que transitar el duelo.  

Sin embargo, a base de psicofármacos el dolor se trata de eliminar. El uso excesivo de la medicación finalmente puede acabar cronificando, fomentando y agravando problemas “normales” del día a día, debido a la falta de afrontamiento del problema desde la  raíz.

 

Con esto no estoy haciendo un alegato contra la medicación. Esta debería ser usada en caso de cronicidad o imposibilidad “real” de afrontar el día a día. Los psicofármacos, como cualquier medicina bien usada, son herramientas fundamentales y ayudan a superar dificultades serias. Contribuyen a dar la tranquilidad necesaria para  trabajar a nivel psicoterapéutico y empezar el camino de la recuperación. Para  afrontar  graves problemas como el trastorno depresivo mayor, la ansiedad  generalizada, TOCs, trastornos psiquiátricos (bipolaridad, psicosis, TLP, etc), la medicación ajustada junto a psicoterapia suponen la única posibilidad de aspirar a una estabilización psíquica.

 

Otra de las consecuencias directas del  mal uso de psicofármacos es el sobrediagnóstico y la patologización. Después de recorrer el periplo médico, consistente en pasar los problemas personales por el tamiz del famoso DSM V (el más célebre de los manuales de psicodiagnóstico),  todo se encasilla  tras el  “trastorno psicológico”. Finalmente se hace de los avatares normales de la vida una “enfermedad» de la mente. La persona se identifica directamente con la dolencia (soy un depresivo, soy una persona ansiosa)…, en vez de “estoy pasando un momento de dificultad”. El proceso de patologización está servido, y una vez entrado en el circuito de diagnóstico, es difícil salir de él.  

 

Por último, destacar que el mercado del bienestar emocional ha provocado la proliferación de una serie de pseudoterapias, que se aprovechan del malestar ajeno para lucrarse a base de remedios mágicos. Hablamos de una serie de disciplinas casi siempre lideradas por un “gurú” con gran capacidad sugestiva, que propone soluciones con dudosa base científica pero que ofrece resultados inmediatos, gracias a una mezcla de sugestión, efecto placebo y cara dura.   

 

Dada su escasa validez científica, entre las pseudoterapias podríamos incluir a la psicología positiva y su imperativo de “búsqueda de felicidad” a toda costa. También al coacher de turno que te dice: “si quieres, puedes”. Paradójicamente en las personas deprimidas estos mensajes pueden provocar un incremento del malestar y  un decaimiento de su autoimagen. Sobre todo porque es mentira que podamos conseguir todo lo que nos propongamos sin tener en cuenta que nuestra circunstancia vital y el contexto que nos rodea nos condiciona enormemente. Eso,  la persona que sufre lo sabe bien. A lo largo de la vida, vamos a sufrir pérdidas, rupturas, desencantos e incluso pandemias que nos afectan realmente y nos ponen tristes. 

 

¿Cómo afrontar la depresión?

La depresión es algo muy serio. Tanto es así que se relaciona directamente con el aumento exponencial del número de suicidios en todo el planeta. Para afrontarla y tratar de superarla es necesaria la virtuosa combinación entre altas dosis de esfuerzo personal y la intervención de profesionales con cualificación y experiencia. Además, pese a toda la crítica realizada a la medicalización líneas atrás, a veces, la prescripción de psicofármacos bien ajustada a la situación, puede ayudar a la estabilización necesaria con la que emprender una intervención psicológica eficaz.

 

En las primeras fases del tratamiento, la tarea pasaría por realizar un análisis exhaustivo de la dinámica psíquica que ha llevado a la persona a la situación. Profundizar sobre los automatismos mentales, entender bien el por qué y el cómo de tu estado, cuáles fueron los eventos significativos de tu vida y cómo los afrontastes, cuáles fueron tus modelos de referencia, cómo influyeron los acontecimientos reveladores de tu vida, etc. Toda esa información va a ayudar a hacerte consciente de cómo has llegado a donde estás, y de alguna manera, apunta  el camino a seguir.    

 

Otra tarea importante en el afrontamiento de la depresión, pasaría por reactivar el interés por el mundo que te rodea, lo que la psicología denomina restitución conductual. Se trata de recomponer las cosas que te hacen bien, recuperar los intereses (hobbies, música, deportes, estudios o cualquier tarea creativa) y volver a hacer con todo esto algo productivo, volver a  vibrar, recuperar las ganas de vivir a través de tus intereses perdidos y generar nuevos deseos.

 

Hay una parte del afrontamiento de cualquier dificultad que pasa por asumir que no se puede huir siempre del malestar (aunque tampoco se trate de gozarlo). No podemos estar siempre bien, es natural que haya cosas que nos afecten y hay que saber reconocerlo. Eso nos hace fuertes a la larga y aumenta nuestra tolerancia a la frustración, ya que asumir lo que nos duele es el primer paso para superarlo. Tenemos rachas buenas, malas y regulares. De hecho, hay veces que en un mismo día nos podemos sentir hundidas, medianamente bien y eufóricas. El tratar de huir del malestar te puede llevar a cronificarlo; la quimera de una constante búsqueda de la felicidad, una utopía inasumible.  

 

El sociólogo y filósofo francés Gilles Lipovetsky en su libro “La era del vacío”, cuenta que en  la posmodernidad  la posición dominante estaría enmarcada en el mito de Narciso en busca de sí mismo. La indiferencia ante todo lo que me rodea y  la deserción de lo social son las  máximas de vida actual y están vinculadas directamente con la depresión. De nuevo, la frontera entre lo personal y el mundo en que vivimos, es difusa. 

 

Es por eso que creo indispensable en el afrontamiento de la depresión, hacer un trabajo profundo de reconstrucción de los lazos con las personas. Las que tienes cerca y las de la comunidad a la que perteneces.  La empatía, de alguna manera ya está curando las heridas propias, porque te descentra del “yo”.  Por un momento dejas de pensar en ti y tus problemas. De paso, te reconcilia con los otros, te ayuda a entender que el sufrimiento no es solo íntimo, es también común, por lo que sólo desde el apoyo mutuo y la solidaridad se puede salir adelante de algo tan duro como una depresión o una pandemia. 

 

Por último, creo que lo más importante (especialmente en estos tiempos de “ola pandémica de salud mental”), es ser capaces de reactivar y tener confianza en los recursos personales que ya poseemos, aunque quizás no hemos reparado en ellos. Sea por un problema depresivo o por la tristeza prolongada de la pandemia, hay que tirar de imaginación y “ponerse las pilas”. Tenemos mucha más capacidad de afrontamiento de lo que creemos y desconocemos nuestro potencial real. Las dificultades hay que enfrentarlas y hacerse cargo de ellas, te puede fortalecer. 

 

La pandemia nos ha quitado cosas, pero nos ha enseñado otras. No poder salir de fiesta o ir de bares es un fastidio sí, pero no una tragedia. Debemos encontrar otras formas de relacionarnos y de diversión que no pasen necesariamente por el consumo. Es verdad que es muy triste no poder abrazarnos o tocarnos, pero podemos demostrar afectividad de otras muchas formas, como conversando y escuchando. Sí, es un rollo tener que llevar mascarillas, pero sin darnos cuenta hemos descubierto el  potencial comunicativo y afectivo de la mirada…


 

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