Uso, abuso y adicción a la pornografía
Uso, abuso y adición a la pornografía
No es algo nuevo. Desde civilizaciones muy antiguas, las imágenes con contenido sexual explícito se ha usado para buscar tanto el goce individual, como para aumentar la excitación en compañía. Los ejemplos son innumerables y podemos encontrarlos en los templos de Khajuraho de la India, en los frescos de las ruinas de Pompeya o en el antiguo Egipto. Más recientemente, en cuadros de grandes pintores o en fotografías de principios de siglo; el uso de imágenes de prácticas sexuales ha sido habitual, aunque estas solían estar restringidas fundamentalmente a hombres adultos y con cierto poder adquisitivo.
Los que crecimos entre finales de los setenta y principios de los ochenta, sabemos que al comienzo de cualquier película familiar en horario nocturno, la aparición de los dos rombos significaba que algo de contenido sexual estaba por aparecer; ¡atención! ¡a ver qué sucede! Dependiendo de la moral familiar y de la edad, esa era la señal de irse a la cama y uno se quedaba a solas con la fantasía, mientras los progenitores disfrutaban de las imágenes prohibidas. La imaginación hacia el resto, la represión estaba servida.
Hoy día esto ha cambiado enormemente. Vivimos en una sociedad donde el visionado (implícito o explícito) del sexo es constante; nuevas experiencias y nuevas problemáticas derivan de una cultura tan mediatizada por la imagen. Antes, las patologías estaban relacionadas con la represión sexual, ahora están más bien adscritas a una suerte de aceleración, a una compulsión a la satisfacción constante, al “just do it”. En la actualidad, a través de nuestros ordenadores o smartphones podemos acceder a imágenes de contenido pornográfico de manera inmediata y desde cualquier lugar.
Los vídeos categorizados por edades, grupos étnicos, nacionalidades, fantasías o toda clase de prácticas sexuales imaginables e inimaginables, están al alcance de un click a través de páginas de contenido para adultos. Portales como PornoHub, una de las principales páginas de contenido pornográfico, son hoy tan populares como Netflix o Youtube y tienen varios millones de visitas diarias. No podemos dejar de recordar que la artífice de una de las mayores maquinarias de producción sexual jamás conocidas, es hoy una poderosísima industria con beneficios millonarios.
La dimensión de este fenómeno está alcanzando a todas las edades y está siendo decisiva en la construcción de la sexualidad actual. Es especialmente importante reflexionar sobre cómo puede estar influyendo el consumo del porno online a la adolescencia, ya que es una etapa fundamental en la construcción tanto de la sexualidad como de la afectividad, aspectos fundamentales para el desarrollo posterior de una personalidad “equilibrada”.
Desde el punto de vista de la intervención psicológica, en las sesiones clínicas es cada vez más habitual observar problemáticas derivadas del uso descontrolado de la pornografía. Es un hecho, que la mayor parte de las escenas del porno al que se tiene acceso están enfocadas y pensadas para la satisfacción del placer masculino. Habitualmente el hombre suele jugar un papel de dominador, mientras que las mujeres suelen desempeñar el rol de objeto sexual al servicio de la satisfacción del hombre, cuando no son directamente degradadas por estos. Por ello, resulta obvio que el contenido de estas páginas es fundamentalmente falocéntrico y están dirigidas para el disfrute del público masculino, que es el que mayoritariamente consume porno.
No obstante, esta es una tendencia que poco a poco está cambiando dada la facilidad y universalidad del acceso actual. Cada vez más mujeres están accediendo al visionado de estas imágenes. En el caso de las chicas adolescentes, se sabe que están empezando a usar la pornografía, bien sea por curiosidad, por buscar la excitación o como modo de aprendizaje sexual, no pocas veces obligadas y presionadas por parte de sus parejas.
Paralelismo del uso del porno con el consumo de drogas.
Debido a la plasticidad cerebral, el consumo continuado de este tipo de imágenes, puede estar modificando las vías de recompensas cerebrales con diversas consecuencias. Las imágenes de contenido sexual explícito son gratificantes y toda acción que resulte placentera, (sexo, consumo de drogas, comida…), supone la liberación de una molécula llamada dopamina, neurotransmisor encargado de estimular los circuitos relacionados con la recompensa y la motivación. Este mecanismo es el que nos “incita” a seguir repitiendo cualquier acción.
El dispositivo neurológico implicado en el consumo de drogas es muy parecido, ya que la dopamina se libera produciendo placer, activando así los circuitos de motivación y repetición de la conducta. El consumo abusivo de drogas provoca efectos como de habituación o sensibilización; el cuerpo se acostumbra a la sustancia y cada vez se necesita más dosis para obtener el mismo efecto, siendo este uno de los mecanismos básicos en la dinámica adictiva.
En el caso de la pornografía, las consecuencias pueden ser similares a la “clásica” triada del consumo de drogas: uso, abuso e incluso adicción. Puede llegar un momento en que para obtener la misma excitación se necesite cada vez más frecuencia, mayor cantidad de estímulos o más tiempo de exposición. Hay veces que imágenes más violentas o con una carga mayor de ruptura con la moralidad como violaciones, golpes, abusos, incesto o sexo con adolescentes (teens); son la excusa para provocar la excitación.
Relaciones afectivas y sociales.
Como dice la socióloga Eva Illouz: “vivimos en un mundo colonizado por la hipersexualización de los cuerpos y de las psiques”; desde la publicidad a las fotos que circulan en redes sociales (labios hinchados), pasando por las películas comerciales o series, etc. La sexualidad vende, y de paso nos construye como sujetos. Incluso la sexualización de la infancia es una constante a la que estamos acostumbrándonos peligrosamente.
A esto se le añade la pornografía, una industria que mueve ingentes cantidades de dinero y que está afectando a las prácticas de la sexualidad “normal”, pero que también está transformando de algún modo, las relaciones afectivas y sociales en general. Dentro de la variedad de situaciones problemáticas que podemos encontrar respecto al uso “excesivo” de la pornografía, nos centraremos en las más habituales de encontrar en las sesiones clínicas o las potencialmente más “peligrosas”: la afectividad, las relaciones sociales, las parejas, la soledad o la relación con la violencia sexual.
Podemos decir, que en general la afectividad se puede ver seriamente deteriorada con el excesivo uso del porno. Las imágenes ultraexcitantes rondan la cabeza sin control y toda relación queda presa de representaciones que no son reales. Se borra la empatía, porque lo que la otra persona pueda sentir pasa a un segundo plano, los cuerpos pasan a ser únicamente objeto de uso y disfrute del deseo propio. Las interacciones quedan atrapadas de una excitación extrema e ilusoria, eliminando toda conexión entre lo afectivo y lo sexual.
En cuanto a la soledad, cada vez es más habitual encontrar a hombres refugiados en la interfaz segura del ordenador, que ofrece la posibilidad de gozar de un número infinito de visualizaciones de prácticas sexuales. Para personas tímidas o con dificultades en relación las relaciones íntimas el acceso al porno asegura un rápido “alivio” sexual y el no tener que enfrentarse a los miedos o inhibiciones. Las consecuencias a la larga pueden ser: aumento de frustración, baja autoestima, misoginia o deformación del imaginario sexual, cuando no, otro tipo de salidas como el consumo de prostitución.
Este uso del porno está teniendo efectos en las relaciones de pareja. En los encuentros sexuales, la realidad poco o nada se parece al imaginario de la pantalla y muchas veces la sobreexcitación o las expectativas generadas, impiden disfrutar del proceso. El resultado; apatía sexual, dificultades de erección, eyaculación precoz, desinterés, obsesiones, etc.
En los casos más extremos, podemos vincular el porno directamente con la violencia sexual, abusos o violaciones y relacionarlo sin rodeos con la cultura de la violación. Sirva como ejemplo el famoso caso de la manada de los Sanfermines de 2016. En el imaginario de los participantes en la violación múltiple, el momento era vivido como algo placentero; una excitante escena donde todos, disfrutaban de lo que se conoce en las páginas que proliferan en el mundo del porno, como un “gangbangs”. Cuando la realidad es que la situación estaba cargada de coacción, intimidación y de una violencia extrema.
¿Cómo afrontar?
El disfrute de cualquier práctica sexual entre personas con capacidad de decidir, de manera consensuada y desde el consentimiento, es una de las mayores expresiones de madurez sexo/afectiva. Aun así, hablar de consentimiento cuando la relación de poder es desigual, tampoco es garantía de una relación igualitaria y tal vez sería más exacto de deseo. En todo caso, esto requeriría una profunda reflexión que excede este escrito. Además contamos con muchas autoras que han desarrollado mejor y con más legitimidad estas y otras reflexiones en relación a la pornografía, la sexualidad y el género.
En ningún momento quiero transmitir una especie de moralina, ni hablar de generalidades tipo “el porno es malo”; no es eso. El consumo de pornografía no tiene por qué ser negativo en sí mismo, es mas bien una cuestión ética, depende del tipo de pornografia que se use. También entran en juego otras variables; no es lo mismo usarlo de manera esporádica que como único acercamiento a la sexualidad o como constante dispositivo de estimulación erótica. Tampoco tiene necesariamente que ser violento, ni patologizante, y creo que puede ser usado tanto en solitario, como en los juegos de pareja. Es cuestión de ser consciente de la realidad de sus dinámicas y de sus consecuencias. Después, tú decides.
Mi intención en este post es hacer reflexionar sobre estas cuestiones: ¿Cómo está afectando el porno a quienes lo consumen en sus diferentes grados y formas? ¿Cómo está afectando a las personas que me rodean el uso de este tipo de imágenes? ¿Puede ser que esté generando problemas relacionales, sexuales o personales? ¿Puede ser que esté desarrollando un uso inadecuado que raya lo adictivo? ¿Somos los hombres conscientes de situaciones sociales varias en las que con nuestra mirada intimidamos a las mujeres, adolescentes e incluso niñas, produciéndoles violentas situaciones y clasificándolas desde edades muy tempranas?
Como hemos visto, cualquier actividad que implica un “exceso” de sensación placentera puede llegar a ser problemática, ya sea por abuso o incluso adicción. En el caso de la pornografía, es importante reconocer cuando no se puede controlar y pedir ayuda profesional. La intervención psicológica no es muy diferente a la del afrontamiento de otras problemáticas.
Todo uso compulsivo es un síntoma encubierto, una incapacidad de algo que no eres capaz de afrontar, una realidad que no puedes soportar. Respecto de la pornografia, es obvio que la problemática está directamente vinculada a la sexualidad, pero como no puede ser de otra forma, íntimamente ligada a lo afectivo y emocional.
Inseguridades, inhibiciones afectivas, baja autoestima sexual, desinterés o pereza a la hora de relacionarse, pero también misoginia y violencia interiorizada, incapacidad para tomar iniciativas o problemas de incomunicación en la pareja. A la vez que se trabajan las alternativas a la compulsión en el consumo de imágenes con alta carga sexual, hay que ahondar en las dinámicas psíquicas que han llevado a preferir la seguridad afectiva de la pantalla a la interacción con la “realidad”.
También se trata de hacer un trabajo personal (y añadiría, con perspectiva de género) y entender qué quién está delante no es solo un objeto sexual disponible para nuestro placer. Es una persona que siente y se estremece. Pero todo requiere su tiempo de procesamiento y la industria del porno lo está dinamitando, está provocando una incapacidad de la escucha sensitiva de los cuerpos. Es necesario percibir que la otra persona importa, que hay cosas que se desean y otras que producen rechazo. Se trata de tener y exigir empatía en el sexo y de nuevo, de poner encima de la mesa la escucha, sí, hasta en la cama. Esto es perfectamente compatible con la mayor de las intensidades que podamos imaginar y con todo tipo de relaciones afectivo/sexuales que podamos entender (estables, esporádicas, poliamorosas, monógamas, etc).