Lo primero que hice cuando comencé a trabajar como psicólogo en el campo de las adicciones a comienzos de este milenio, es leerme la voluminosa “Historia de las drogas” de Antonio Escohotado. Siempre pensé que para entender algo, en su máxima dimensión y complejidad, es necesario partir de los diferentes hechos históricos, culturales y sociales, que componen esa realidad determinada.
Desde mi ingenuidad de recién licenciado, sin experiencia alguna y con una formación limitada, adentrarme en estos libros abrió una manera de entender el uso de sustancias estupefacientes y el problema adictivo, enriqueció mi trabajo como Psicólogo. Lo que aprendí de esta lectura, es el hecho de que el consumo de sustancias se encuentra extendido por absolutamente todas las épocas históricas, todas las civilizaciones conocidas, todas zonas geográficas e incluso todas las religiones.
Desde el Neolítico a la época actual, desde la Antigua Grecia a la Edad Media Europea, desde las culturas Maya y Aztecas a la Antigua China, desde los hippies de los años 60 en Estados Unidos a las tribus Africanas, desde la antigua Cristiandad hasta el Islam… Sintéticas o naturales, legales o ilegales, rituales o festivas, lúdicas o evasivas, etc.
El consumo de sustancias que alteran o modifican nuestra percepción, cuerpo o estado de ánimo, es algo tan consustancial a nuestra especie como pueda ser el habla o la sexualidad, hasta tal punto que creo que es una de las cosas que nos hace humanos.
No obstante creo necesario diferenciar el consumo con la finalidad de llevar a cabo un ritual, expandir la mente, paliar el dolor, curar una enfermedad, salir de fiesta, rendir más en una actividad…, del fenómeno adictivo en sí mismo. Este último es un problema moderno y que coincide con la guerra contra las drogas y las nefastas políticas de prohibición que comienzan en los EEUU en los años 20. Para profundizar sobre esta idea recomiendo el libro: «Tras el grito», del periodista inglés Johann H.
Tan actual es el fenómeno adictivo, que la proliferación de la atención a las drogodependencias en España, comienza con la epidemia de heroína que arrasó con toda una generación a principio de los años 80.
Desde entonces hasta la actualidad, numerosos dispositivos como comunidades terapéuticas, centros de día, clínicas de internamiento, viviendas de inserción, etc, se han consolidado a lo largo de todo el estado Español. En la actualidad, administraciones públicas, entidades sociales o iniciativas privadas están especializadas en atender la amplísima demanda de intervención con diferentes “perfiles adictivos” (alcohol, ludopatía, cocaína…).
Para entender la cuestión adictiva hoy, primero tenemos que reflexionar sobre nuestra compleja realidad social, especialmente hedonista y consumista. Hoy el disfrute ilimitado se encuentra en la base de nuestra identidad, con constantes invitaciones a que te identifiques con tu objeto de consumo favorito: ¡somos lo que comenos!, ¡eres lo que escuchas!, ¡sé tú mismo!.
La relaciones que establecemos con nuestros fetiches o nuestras actividades cotidianas, muchas veces aceptables socialmente como trabajo, aficiones, deporte, etc, están ligadas íntimamente a lo más profundo de nuestra realidad. Hasta el punto que nos encontramos entonces con una sociedad altamente dependiente, cuando no, rayando la adicción generalizada.
Y eso se ve claramente en la práctica clínica donde hoy día muchísima gente que acude se queja de una relación problemática y duradera en el tiempo, con uno o varios aspectos de su vida. Trabajo, fármacos, drogas ilegales, alcohol, alimentación, redes sociales, videos juegos, apuestas, dependencias emocionales, sexo, pornografía, compras…, incluso el deporte, se convierte en una obsesión
Ahora bien el problema que se plantea entonces es, ¿cómo entender la adicción y cómo afrontarla en la clínica psicológica si vivimos inmersos en un mundo adicto?
El fondo siempre es el mismo: se produce una adicción cuando hay escape o huida de una realidad que no puedes soportar. El problema no está tanto en el consumo en sí o en el uso, como en lo que se está tapando con este. Es el síntoma emergente y visible de que algo no está funcionado bien en la dinámica psíquica. Por eso, la dificultad no está tanto en dejarlo como en la siguiente fase: cuando “lo dejas” y retornan los fantasmas, los miedos, el ¡no voy a poder soportarlo!.
Y este es el objetivo al que debe apuntar la intervención terapéutica, trabajar la raíz de las dificultades singulares de la persona que pide ayuda, para posteriormente tratar de establecer otra relación más productiva con “los otros” y el mundo que nos rodea.